Un nuevo museo en Barcelona
En pleno barrio de la Ribera de Barcelona, en la famosa calle Montcada, y ocupando la casa del Marqués de Llió y la casa Nadal (palacios de los siglos XIII y XIV, respectivamente), hace menos de un año que ha abierto sus puertas el «Museu de Cultures del Món«, un espacio museístico dedicado a la etnografía y uno de los once integrantes de la red de museos denominada SWICH. Esta red es un proyecto europeo de cooperación cultural que nació en el 2014 y que está previsto que dure cuatro años más. La SWICH nace de la creciente emigración y de la diversidad cultural que debe de ser fuente de crecimiento, de creatividad y mejora de nuestras sociedades; para transmitir esto, el museo utiliza conceptos como la cocreatividad, la exhibición experimental, la interrelación, la subjetividad cultural, la ciudadanía emocional, la diáspora de objetos y personas y las nuevas tecnologías digitales como creadoras de nuevas formas de identidad.
El Museo de Culturas del Mundo de Barcelona reúne dos grandes colecciones de material antropológico: una selección de más de 30.000 piezas del actual Museo Etnológico de Barcelona y las cedidas en comodato al Ayuntamiento de Barcelona (unas 2.356 piezas) procedentes de la Colección Folch, colección privada fruto de las expediciones del empresario y químico Albert Folch i Rusiñol (1922-1988), poseedor de industrias como la de las pinturas Titan. Hace ya más de diez años, cuando realizaba mi proyecto de fin de Máster sobre el diseño de una exposición alrededor de la figura del chamán en diferentes culturas, tuve la suerte de conocer en persona esta fabulosa colección de objetos en la sede de la Avenida Pearson, que estaba reservada a las visitas especializadas. Conservo con cariño el libro «Arte Fang de la Guinea Ecuatorial» que me regalaron y que recoge parte de lo que la sección africana del nuevo museo muestra al público.
El Mueso de Culturas del Mundo organiza la exposición de los fondos por continentes: África, América, Asia y Oceanía. La entrada es ya una promesa, pues recibe al visitante una proyección de la Tierra en la que van apareciendo diferentes objetos que se verán dentro con su lugar de procedencia marcado.
La primera sala nos adentra en el África tribal con una muestra del arte del pueblo Fang y sus «eyema byeri» o guardianes de los relicarios. Los eyema protegen las cajas de corteza en la que se depositaban los cráneos y otros huesos de insignes miembros de la comunidad, representantes de los antepasados («melan») y de la identidad de este pueblo de lengua bantú, que forzado por la expansión del Islam en el siglo XVI emigró al sur de Camerún, Guinea Ecuatorial y Gabón. Hasta mediados del siglo XX, los «eyema byeri» eran consultados en casos de guerras, enfermedad, cacerías, etc. y formaban parte de los ritos de iniciación de los jóvenes que se presentaban ante sus ancestros.
Creencias milenarias y mágicas se suceden en las salas como este ejemplo de amuleto etíope en forma de pergamino con oraciones, citas de las Sagradas Escrituras y hechizos en la antigua lengua ge’ez, acompañados de imágenes de malos y buenos espíritus y signos en forma de talismán. Cada rollo tiene la longitud del que lo ha encargado para protegerse del mal. El cristianismo, que forma parte del sistema de creencias de Etiopía a partir de la conversión del rey Ezana en el siglo IV d. C., junto a sincretismos mágicos, tiene en las cruces el más bello ejemplo de su arte. Destacan las grandes cruces ceremoniales para bendecir a los fieles, especialmente las de Gondar.
Y las cruces dan paso a las máscaras, elemento ritual por excelencia, no solo en África sino en el resto de continentes. Manifestaciones de entidades sobrenaturales y materialización de la relación del hombre con el mundo espiritual: iniciación, muerte, poder político, el ciclo de la naturaleza, son algunos de los intereses por los que, entre música y danza, las máscaras ocultan al ser humano y lo acercan a lo intangible.
De África a Oceanía, el visitante viaja a Nueva Guinea, a las construcciones de las llamadas «casas de los hombres», centros del poder masculino y de la organización tribal. En la tierra de Arnhem, en el norte de Australia, los pueblos aborígenes creían en el Tiempo del Sueño, una época en que los padres de la humanidad se dedicaban a crear leyes, canciones, ceremonias y en definitiva, el sustrato cultural de la zona. Son una maravilla las pinturas en corteza de árbol que representan a estos seres y sus tareas.
Y la magia sigue en Asia con los libros pustaha de los sacerdotes datu (cultura batak), repletos de recetas, profecías y fórmulas mágicas. Los batak, como otros pueblos animistas del archipiélago indonesio, han mantenido sus creencias basadas en el culto a los antepasados a pesar de las influencias islámicas, cristianas y budistas.
Solo puedo comentar que es imposible mencionar todas las obras cargadas de simbolismo, de esencia de las diferentes culturas de nuestro mundo de ayer y de hoy, y que merece la pena descubrir este museo, también si buscáis inspiración para un relato, puesto que la magia de los objetos, de las personas que los crearon y sus historias harán las delicias de cualquier autor.
Y su área educativa alberga un tesoro que aúna tecnología y saber antiguo: un dispositivo multimedia que permite elegir el cuento que se quiera de los recopilados entre las diferentes culturas protagonistas del museo y ver una proyección teatralizada con sombras chinescas. Encantador, tanto para niños como para mayores.
¿Os lo perderéis?
Os animo también a visitar la primera exposición temporal del Museo de las Culturas del Mundo: «Escrituras. Símbolos, palabras, poderes» (del 12 de junio de 2015 al 31 de enero de 2016), que como su título indica, presenta un recorrido por las formas de escritura en las diferentes lenguas y culturas. La imagen principal de la exposición es la estela funeraria de Taherud (Dinastía XXVI, 664-525 a. C.), cedida por el Museo Egipcio de Barcelona.