Si existe una ciudad de orígenes legendarios, esa es Cádiz. De su fundación milenaria sabemos lo que los autores griegos escribieron siglos después y lo que la arqueología ha ido desvelando. Estrabón relata en el tercer volumen de su Geografía que los habitantes de Tiro (en el actual Líbano) recibieron un oráculo que les instaba a establecer una colonia más allá de la columnas de Heracles (estrecho de Gibraltar). Durante la Antigüedad, los problemas de carestía, sobrepoblación o invasiones violentas solían resolverse mediante la intervención de los dioses. Los oráculos como el de Delfos enviaban a un puñado de aventureros a hallar nuevas tierras ultramar que descongestionaran las metrópolis. El pueblo fenicio fue pionero en la expansión comercial de sus estados; ya en el I milenio a. C. sus naves llegaron a las costas andaluzas, donde levantaron los enclaves de Gadir (Cádiz), Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar) y Abdera (Adra). Para fundar Gadir harían falta tres intentos, pues los sacrificios a las divinidades no se acompañaron de una señal positiva hasta llegar a las islas que ocuparía la «tacita de plata».
El mito del Phoenix
Los fenicios provenían del Levante Mediterráneo, la región conocida como Canaán, por la tanto, se autodenominaban cananeos, como se los conoce en la Biblia. Fueron los antiguos griegos quienes utilizaron el adjetivo de phoínikes, en relación al color rojo, para mencionarlos. Este apelativo se cree proviene del comercio de la púrpura, el famoso tinte extraído de la glándula hipobranquial de un caracol marino, el bolinus brandaris o canaílla. También existen otras teorías sobre la etimología de su nombre; la más poética es la que asocia el color púrpura con el mito del Ave del Fénix. Este ser fantástico renacía de sus cenizas cada quinientos años y su plumaje era del tono de los tintes fenicios.
Otra versión habla de Fénix, hijo de Agénor y Telefasa, primeros reyes de Tiro según la mitología griega. Fénix sería el padre mítico de los habitantes de la tierra fenicia, entre los que abundaba el gen recesivo del cabello pelirrojo.
La ruta fenicia
Caminar por el casco histórico de Cádiz es pasearse por un pasado mítico que palpita bajo nuestros pies. Es imprescindible visitar el Yacimiento Arqueológico de Gadir, en la calle San Miguel, cerca del Mercado. Es de acceso gratuito y es aconsejable acudir con antelación, pues las visitas guiadas son en grupos reducidos con reserva previa.
Tras descender unas escaleras, un audiovisual nos presenta a Mattan, un fenicio fallecido en el incendio del s. VI a. C. que introduce al público en su época. Es impactante ver cómo si se sobreponen los contornos de Gadir y de Tiro coinciden como si se tratara del mismo terrirorio. Está claro que la intención era reproducir en la isla de Erytheia la estratégica ubicación de la metrópolis.
Como en otros yacimientos visitables a través de pasarelas, las estructuras de calles, pavimentos y muros nos acercan a aquellas gentes que horneaban el pan, cuidaban a sus animales domésticos y, sobre todo, trabajaban en sus talleres.
Los fenicios eran ante todo comerciantes, famosos por sus tejidos de púrpura y por exportar salazones. Las pilas de una de sus factorías conservan todavía la impermeabilización y la hendidura central que facilitaba la limpieza de los restos de pescado.
Baelo Claudia y el garum
En época romana siguieron utilizando el mismo sistema de conservación del pescado. Al cruzar la calle pueden visitarse las instalaciones que se utilizaron siglos después para fabricar la salsa garum, el ketchup de entonces, aunque hoy sería difícil que triunfara la mezcla de entrañas de pescado y salmuera expuesta al sol para acompañar los platos.
Desde Cádiz partían naves repletas de ánforas com garum rumbo a los puertos del Imperio. Vale la pena desplazarse a las afueras de Tarifa y pisar las calles de Baelo Claudia, donde continuaron con la tradición ancestral bajo el patrocinio del emperador Claudio.
De vuelta a la capital gaditana, destacar que en su subsuelo han ido apareciendo partes del puerto, hoy visitable en la sala flamenca La Cueva del Pájaro Azul y otros restos como los que se pueden ver en la tienda de reproducciones Herakles. Sin embargo, si se quiere disfrutar de los frutos de las excavaciones, principalmente de La Caleta, hay que visitar el Museu de Cádiz.
El Museo de Cádiz
Este museo es el resultado de la fusión del Museo Arqueológico y el Museo de Bellas Artes en 1970. La colección arqueológica data del 1887, cuando apareció un sarcófago antropoide fenicio masculino en los terrenos de los Astilleros de Cádiz. Este hallazgo despertó el interés por el el pasado lejano y la singularidad de la cultura fenicia. El fondo del museo se nutrió de objetos de donaciones particulares y del conjunto reunido por la Comisión Provincial de Monumentos Histórico Artísticos. Las excavaciones arqueológicas fueron otro pilar de la colección.
Los sarcófagos
Una de las leyendas gaditanas dice que, tras el descubrimiento del sarcófago maculino, se creía que aparecería su pareja femenina, pues aquel personaje de barba y cabellos rizados no podía descansar solo. Una vecina aseguraba que la buscada dama se le aparecía en sueños para pedirle su ayuda, pues estaba cerca. Tiempo después, ya fallecida la señora y derruida su vivienda, se procedió a construir de nuevo en el solar de la calle Ruiz de Alda y, casualidad o no, allí estaba la noble fenicia aguardando su rescate bajo tierra. Leyenda aparte, los sarcófagos son un ejemplo único en la Península y en el mundo, comparables a los Sicilia y Sidón. Otra curiosidad es el resto de pintura rojiza en el peinado de la dama, ¿sería realmente pelirroja?
Las ofrendas del templo de Astarté
Según el poeta latino Avieno existía en Gadir un templo dedicado a la Venus Marina. Estaba ubicado en un islote identificable con la Punta de la Nao, que cierra por el norte la ensenada de la playa de La Caleta. Esta diosa no es otra que la fenicia Astarté romanizada, protectora de los navegantes, aquellos que guiados por el planeta Venus, astro del amanecer y del crepúsculo, conseguían arribar a puerto. Se cree que las amforitas, los quemaperfumes, las figuras humanas, de animales y el gran thymiaterion fueron arrojadas al mar como ofrendas o, en el caso de este último, por ser un enser sagrado en desuso. Este incensario representa a Astarté como lucero que guía a las naves al amanecer y a la puesta de sol. En el pinar de la Algaida (Sanlúcar de Barrameda) existió otro templo de la diosa. Estrabón menciona el culto a la Lux Dubia (luz dudosa o crepuscular); cuando caía la noche, era Venus (Astarté) quien guiaba a los barcos a puerto. En esa zona se han encontrado objetos votivos de de diversas procedencias y culturas.
El templo de Astarté formaba parte de una tríada junto al de Baal (Moloch o Kronos) y el de Melqart. Los tres fueron sustituidos por otras edificaciones: el castillo de Santa Catalina, el de San Sebastián (foto destacada) y el Sancti Petri (isla perteneciente a Chiclana). Baal era el dios cananeo de la lluvia, el trueno y la fertilidad, aunque en su asociación con Moloch lo era también del fuego purificador. A esta divinidad y a la faceta guerrera de Astarté se le asocian sacrificios de niños en los llamados tofets, por el santuario de Tofet en e valle de Ben-Hinón, Israel. Melqart, por su parte, era el dios del comercio, para lo que parecían haber nacido los fenicios y sus herederos los cartagineses.
Isis en Baelo Claudia
Astarté también era una divinidad lunar con ciertas similitudes a la Isis egipcia. En Baelo Claudia existía un templo de esta diosa donde salieron a la luz exvotos de pisadas de fieles y esta curiosa plegaria:
Isis Murionima: te confío el robo del cual he sido víctima. Realizados por mí los actos ejemplares conforme a tu divinidad y a tu majestad, de manera que quites la vida a la vista de todos al que lo ha hecho, al que me ha robado, o a su heredero, una colcha de cama blanca, un cubrecamas nuevo y dos colchas para mi propio uso. Yo te lo ruego, oh, mi soberana, que castigues este robo.
Está claro que quien hizo esta petición apreciaba mucho su ropa de cama. Fuera como fuese, la importancia de Cádiz como salida portuaria al Atlántico perduró durante siglos. En el XVIII tomó el relevo de Sevilla como punto de salida de las flotas comerciales hacia América, acogiendo a comerciantes de múltiples nacionalidades que sembraron los barrios antiguos de torres como la Tavira, desde las que se veían partir las embarcaciones y retornar cargadas de tabaco, cacao, algodón o azúcar, tal y como en el pasado lo hicieran las naves que un su día transportaron plomo y estaño, salazones, tejidos púrpura y, más tarde, garum, vino o aceite de oliva. Las personas que habitaron esta bahía hace más de tres mil años trajeron consigo el alfabeto, el torno de alfarero, la forja de hierro, el olivo y la vid, entre otras muchas innovaciones que propiciaron el nacimiento de la Cultura Ibérica. En los templos de Baal Hammon, Astarté o Melqart, el sol se ponía con la misma singular belleza que aún nos quita el aliento.