Despertó sudorosa y agitada. Una noche salpicada de malos sueños de los que era culpable el ensayo histórico que solía leer antes de dormir. Si cerraba los ojos, visualizaba las escenas oníricas como si estuviera utilizando el dispositivo de realidad virtual. En uno de los episodios acudía a una entrevista de trabajo. Preparada, con el currículum adecuado a la convocatoria, segura de sus capacidades, entraba en un despacho. Estaba preparada, pero no para el paternalismo impostado del entrevistador. Una retahíla de preguntas la aturullaron nada más presentarse: que cuál era su edad, que si tenía pareja, hijos o intención de tenerlos, si sus padres eran muy mayores, si eran autosuficientes… Se valoraba la falta de cualquier carga familiar que impidiera se entregara por entero a la empresa, no su talento. Cargas que se le atribuían por su condición de mujer.
La imagen del interrogatorio se fundía a negro y pasaba a una conferencia sobre temas literarios, sus preferidos. Una azafata acercaba el micrófono a un asistente para que formulara la cuestión deseada a las tres directivas de un importante sello editorial. ¿Por qué en su catálogo de autores aparecen tan pocas mujeres? Vacilación. La respuesta no se encuentra entre sus notas, así que las ponentes se miran, se encogen de hombros y la más osada dice: «será porque las mujeres tienen otras cosas que hacer». En ese instante se había despertado con la boca seca y llamado al robot doméstico para que le trajera un vaso de agua purificada. Una pesadilla, Esperanza, tranquila, es una pesadilla.
Después de calmarse había vuelto a conciliar el sueño. Frente a su ordenador compuesto por matrices de silicio, redactaba un texto con el conector neuronal. Consultaba un diccionario antiguo, y, para su sorpresa, hallaba expresiones lingüísticas tales como «sexo débil» al referirse a su género. ¿Era posible que en el pasado pensaran de aquella manera? ¿Habrían llamado con alguno de aquellos calificativos a su madre? Debía resolver dicha duda con ella, que había vivido en sus propias carnes aquellos desprecios de los que hablaba el ensayo.
Tras numerosas interrupciones de la fase REM, de imágenes de pancartas alzadas en infinitas manifestaciones, de violencia intolerable, de lágrimas vertidas, se había despertado del todo.
Por suerte para Esperanza, amanecía en 2030 y no unas décadas atrás, en la época de su libro de cabecera. La igualdad en su generación era una realidad, gracias al esfuerzo de los que habían creído que esta constituía la base de una sociedad justa. Ya no se celebraba ninguna festividad que reivindicara los derechos de colectivos y minorías. Era afortunada. Y lo iba a aprovechar.
#historiasporlaigualdad #DíaInternacionalDeLaMujer
He reconegut molt la protagonista en una amiga que tinc la fortuna de conèixer i de saber-la tenaç, audaç i genial.
Felicitats per la història del somni del 2030.