Zamora, hija del Duero
Ha llegado el otoño y es tiempo de nuevos objetivos, de iniciar otro curso y aprovechar para visitar lugares alejados del sol y la playa. Aunque la ciudad de Zamora es famosa por su Semana Santa, Bien de Interés Cultural de caracter inmaterial, vale la pena descubrirla por los múltiples tesoros que encierra, como son su casco antiguo salpicado de iglesias románicas y encantadoras plazas, rodeado de vetustas murallas que convivieron con un joven caballero llamado el Cid, la impresionante presencia del río Duero con su puente viejo y sus aceñas, la suculenta oferta gastronómica y sus alrededores plagados de historia y patrimonio.
Los amantes de la arquitectura románica tienen una cita obligada en Zamora, puesto que está considerada la ciudad con mayor número de edificios de este estilo de Europa: veinticuatro iglesias, un castillo (hoy Museo Baltasar Lobo de escultura), dos palacios, nueve casas, las murallas, el puente y la catedral, famosa por su original cimborrio con escamas.
Zamora fue hogar de poblaciones desde la Edad del Bronce, pero es más conocida por el pueblo celta de los vacceos, protagonista de la revuelta contra Roma encabezada por Viriato, líder muerto a manos de sus generales traidores. Viriato y sus gentes aguerridas y valientes hicieron temblar al Imperio y han suscitado la imaginación de escritores y poetas como Pessoa o Quevedo. Se sabe que el pastor lusitano celebraba sus victorias sobre los romanos arrancando un jirón de los estandartes rojos y atándolo en su lanza, lo cual originó la actual bandera de Zamora (ciudad y provincia): la «Seña Bermeja«.
A un periodo visigodo siguió la ocupación islámica, que finalizó en el 754 d. C. con la reconquista por parte del rey Alfonso I de Asturias, tras lo que la ciudad dejó de denominarse Samura para ya constar como Zamora en tiempos de la repoblación de s. XI. Antes de dicha repoblación, la ciudad sufrió numerosos asaltos por parte de los ejércitos musulmanes, frenados por Fernando I de León y Castilla, que la entregó a su hija Doña Urraca, de cuyo nombre aún se conserva una de las puertas de la que se conocería como «bien cercada» urbe. Es en este momento en que entra en escena la disputa de la plaza entre la princesa y su hermano Sancho II, que moriría asesinado por el noble Vellido Dolfo en el intento de tomarla a la fuerza. Uno de los caballeros que estuvo presente en este asedio fue Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, quien creyó que Alfonso VI, también hermano de Sancho, estaba detrás del crimen, por lo que le hizo jurar ante Dios que era inocente, ganándose la desconfianza del nuevo rey. Este episodio se considera de índole literaria, pero desde luego, los tiempos de Doña Urraca fueron una mezcla de convulsión y esplendor.
En relación a la historia anterior, la iglesia de Santiago de los Caballeros, fuera del recinto amurallado, es un ejemplo de templo románico sencillo y de profundidad espiritual, donde cuenta la leyenda fue ordenado caballero el mismísimo Cid. Sus grafitos y capiteles de motivos fantásticos, la tenue luz que ilumina el tosco altar… todo permite imaginarse a barbudos templarios, eclesiásticos mitrados y damas con sus sayas y pellotes bordados presenciando la imposición de armas al Campeador.
La Edad Media, como demuestran sus vestigios esparcidos por doquier, fue la época más gloriosa de Zamora, hasta que la batalla de las Navas de Tolosa (1212) amplió las fronteras de los reinos cristianos y dejó con ello de ser un enclave estratégico.
No obstante, Zamora continuó siendo bastión de sangrientos enfrentamientos tales como los sucedidos durante la Primera Guerra Civil Castellana, en la que el alcaide del castillo, Alfonso López de Tejeda, resistió a los partidarios del rey Enrique II incluso cuando amenazaron de muerte a sus tres hijos pequeños, que finalmente fueron ejecutados por orden de la reina Juana Manuel. Guerreros, monjes, sabios, musulmanes y cristianos habitaron Zamora y siguen vivos en sus piedras.
El románico zamorano, austero e instrumento propagandístico del poder, nos ha dejado la imponente catedral, que simboliza el sistema centralista en su cúpula gallonada de estilo bizantino, visible desde cualquier parte de la ciudad, Santa Magdalena con el hermoso sepulcro de una dama desconocida (posiblemente Doña Urraca de Portugal, esposa de Fernando II), San Juan y su rosetón en forma de rueda de carro, San Isidoro, San Claudio, San Pedro y San Idelfonso, y así hasta un total de veinticuatro maravillas.
Zamora es románico, pero también el Renacimiento está presente en construcciones como el Palacio de Momos o el de Puñorostro, llamado Palacio del Cordón por su alfiz en forma de cordón franciscano, ambos bellos ejemplos de arquitectura civil de los siglos XV-XVI. De la misma manera destaca el Modernismo con diecinueve edificios bien conservados, catorce de ellos obra de Francesc Ferriol, que pueden contemplarse en la plaza Sagasta, la del Mercado o en las calles Balborraz y Santa Clara, entre otros lugares del exterior del casco antiguo de visita obligada.
La Semana Santa
Los diez días que dura la Semana Santa zamorana transforman la tranquila ciudad, que ve su población triplicada e incluso quintuplicada en momentos concretos. Declarada de Interés Turístico Internacional desde 1986, en 2015 ha recibido la calificación de Bien de Interés Cultural de carácter inmaterial, por lo que constituye el acontecimiento cultural, turístico, social y religioso más destacado de esta capital de provincia. Diecisiete cofradías inundan las calles de colorido, arte, fervor y tradición. Destacan el Juramento del Silencio, en el que el alcalde ofrece silencio a la ciudad en presencia del Cristo de las Injurias y los cofrades, la procesión dicha de las «Capas pardas«, la del Yacente (en la que se canta el famoso Miserere) y la de la Cofradía de Jesús Nazareno Vulgo Congregación que sale a las cinco de la mañana del Viernes Santo, y en la que se hace una pausa para tomar el típico y reconfortante desayuno de sopas de ajo con churros y chocolate.
Muchas son las procesiones, todas ellas únicas, aunque las que van del Miércoles Santo al Domingo de Resurrección sean quizás las que reciben mayor número de visitantes. El miércoles, sobre las 20:30 horas, se reúnen en la plaza de la catedral los cofrades de la Real Hermandad del Santísimo Cristo de las Injurias para ofrecer su juramento de silencio, puesto que se inician las jornadas de recogimiento y pasión. Al juramento sigue la procesión silenciosa marcada por el rojo encendido de los capuchones y, hacia la medianoche, desfila la Hermandad del Silencio con sus capas pardas (que le dan el nombre popular), representando la soledad y la penitencia en su mutismo, la indumentaria antigua (Capa de Chiva, de Honras, de Capillo o Alistana) y los farolillos que avanzan en la oscuridad de la noche para detenerse en San Claudio y cantar un Miserere en castellano. El Jueves Santo, antes de las doce, la Penitente Hermandad de Jesús Yacente recorre las calles de Zamora en total silencio y para en la plaza de Viriato a fin de que el coro cante al Cristo su conocido Miserere.
Una vez finalizada la procesión del Yacente, muy de madrugada, sale la del Vulgo Congregación, que se recoge avanzada la mañana del Viernes Santo, tras el parón para el tradicional desayuno.
He de admitir que los tiempos cambian, y que es una lástima que tradiciones populares como la de comer pipas mientras desfilan los pasos (gran idea del Ayuntamiento las bolsitas para dejar las cáscaras, una pena que muchos prefieran tirarlas al suelo) o la necesidad vital de fotografiarlo todo con el móvil, afecten a la atmósfera de silencio sobrecogedor que seguro tenían estas procesiones antaño.
El Sábado Santo, tras la muerte y entierro de Cristo, solo hay una procesión: la de la sección femenina del Vulgo Congregación que acompaña a una doliente Virgen de la Soledad. Mujeres y niñas acompañan a la Virgen en un recorrido que parte y acaba en la iglesia de San Juan, con el Salve que se entona en la Plaza Mayor.
Y el Domingo de Resurrección, recuperada la alegría y acabado el silencio, Jesús Resucitado y la Virgen del Encuentro se reencuentran en la Plaza Mayor rodeados de flores, y se lanzan globos al cielo como remate a la Semana Santa de Zamora. Pero si se quieren ver algunos de los pasos sin ir a las procesiones, es recomendable visitar el Museo de la Semana Santa.
Y como broche final a unas jornadas culturales, qué mejor que degustar la gastronomía local y hacer una visita a las bodegas de Toro. Muy recomendables los habones de Sanabria, el lechazo, el bacalao a la sanabresa con su pimentón, los garbanzos de Fuentesaúco, el queso y de postre dulces como las aceitadas.
Zamora, la bella menos conocida de lo que debería, es un destino a considerar en vuestras agendas, ¿me explicaréis la experiencia?